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miércoles, 15 de abril de 2009

A la vanguardia

…and crying with a loud voice, ‘This is indeed Life itself!’ turned suddenly to regard his beloved: She was dead!.
E.A. Poe


El lienzo ocupó una superficie de algo más de cinco metros cuadrados. Estuvo bellamente enmarcado. Diversas restauraciones, afortunadamente, no llegaron a modificar el marco, de un bello estilo historicista. (No obstante, ciertas zonas de pintura que se habían perdido con el paso de los siglos sí que pudieron necesitar restaurarse (Suaves apliques reversibles, siempre respetuosos con el contenido original. (Apenas unas breves pinceladas verticales sobre finas capas de barniz protector: cola de conejo))) (1).


La pintura, una imagen de Jesús de Nazaret envuelto en un sudario con el rostro descubierto, habría sido pintada a mediados del siglo XIX por algún artista segundón. Hubiera sido el ejemplo de alguna escuela posromántica española de inspiración barroca. Siguiendo tal estilo, la obra profundizó en el tenebrismo y el patetismo característicos del arte religioso del periodo. Densos goterones de sangre le dieron un toque de color a la pálida frente del yaciente. Un exceso de efectismo que trataba de ocultar con sombras mal expuestas las obvias carencias del artista. Tal vez por eso el cuadro fue guardado en un sótano junto a centenares de otras obras baladíes.



La falta de atención original provocó la paulatina reaparición de los hongos y bacterias que las cuidadosas restauraciones habían eliminado. El lienzo adoptó entonces un color más oscuro en su reverso. La pintura también se oscureció, cubriéndose lentamente de suciedad y polvo. Bajo la capa de mugre, ésta soportó excepcionalmente el paso del tiempo, pero llegó el día en que, sin ser vista, también comenzaron a desprenderse minúsculos fragmentos de su soporte. Mínimos huecos blanquecinos fueron apareciendo entre las torpes arrugas del sudario, sobre la barba, junto a las llagas.

Pero estos fueron cambios sin importancia, desde luego. Siglos de abandono acabaron por deteriorar la propia edificación sobre el sótano. En
ciertas zonas los cascotes cayeron sobre los cuadros, agujereando lienzos o reventando marcos que se abrían astillados. Grietas abiertas dejaron pasar arena y agua. Con ellas, nuevos patógenos vivos se colaron, descendiendo sobre las desposeídas obras de arte. Seres mortecinos, esperando a reactivarse en el lugar adecuado.



La mezcla de agua, pintura y lienzo, supuso un caldo de cultivo adecuado para algunas bacterias que, sin ser extremófilas (2), sí parecían sentirse más cómodas en ambientes poco habituales como éste. La pintura, cuyos ineficaces colores n
unca habrían interesado a ningún crítico de arte, sirvieron para dotar a las criaturas de un sustento químico que, lentamente, fueron sintetizando y transformando. Su efecto más notable, visible incluso en la penumbra de haber habido ojos cerca, fue el cambio de tonalidad, respetando en cambio la forma de la figura yaciente que sólo con el paso de algunas semanas comenzó a deformarse perceptiblemente. El resultado fue que la imagen adquirió un aspecto más onírico y extravagante, con tonos luminosos e incluso fosforescentes que suplantaron por completo al tenebrismo anterior. Donde antes primase el azul marino, luego abundó el turquesa; donde el gris, el limón; donde el rojo, el verde chartreuse. De tal forma, la corona de espinas llegó a asemejarse a una vaga aureola de color lavanda, derramando sobre el lúgubre rostro una hilera de sangre color verde que se extendió cada vez más, como si hubiera estado emanando en verdad de alguna herida abierta. El rostro de Jesús de Nazaret quedó así surcado por una estría verdosa y enfermiza.

Nuevas cepas de bacterias, más agresivas o simplemente más hambrientas, continuaron con el trabajo de sus predecesoras, provocando ulteriores emanaciones que fueron distorsionando figura y sudario, cada vez más difíciles de reconocer.

Mientras ciertas áreas informes del cuadro eran devoradas, la pintura que éstas contenían se fue transformando en una costra de muy diferentes tonalidades. Esto, unido al debilitamiento del marco, que apenas podía ya mantener el lienzo estirado, había provocado una desfiguración absoluta de lo que en un comienzo pudieron ser las intenciones originales del artista, desapareciendo asimismo toda impresión de fondo o relieve. Al cabo de meses, masas de colores cada vez más tenues estaban entremezcladas sin ton ni son como simples manchas derramadas, a veces dejando entrever un pasado figurativo pero, casi siempre, estrictamente indefinidas. Así quedo la obra.

Luego, las bacterias debieron morir, no encontrando más alimento sobre el lienzo, cada vez más arrugado, agujereado por las ocasionales piedras que caían desde el techo desmoronado.

Un trozo de azulejo cayó un día sobre el cuadro, rasgando la tela de arriba abajo. Una apertura vertical permaneció desde entonces como una incisión que, en aquella materia postviviente, casi parecía una herida mortal. Tal vez una autopsia.

Con el paso de las décadas y el progresivo desmoronamiento del edificio, con la lluvia y las oleadas de arena que el viento arrastraba y dejaba caer por los resquicios, el cuadro acabó por desmenuzarse, disolviéndose al fin, muchos siglos después, en el desierto de los tiempos. Metros por encima de sus últimos restos, la arena endurecida daba sustento a nuevas plantas y animales que habitaban donde antes, varios milenios atrás, hubiera habido, tal vez, un antiguo museo repleto de algunas obras de arte, entre ellas, aquel cuadro que, habiendo nacido muerto, pudo alcanzar una cierta vida y un cierto movimiento superando las barreras del futuro.


1. Confiando en el progreso de la química aplicada al arte de la reparación pictórica, los cambios se habían hecho de tal forma que siempre se pudiese volver atrás, esto es, al momento previo de la operación.

2. Se denomina así a aquellos microorganismos que tienen su hábitat en ambientes extremos (por ejemplo de acidez o temperatura), muriendo en lo que se consideraría como ambientes “normales”.


Tras leer el relato, imprescindible visitar este link.

2 comentarios:

Álvaro Guijarro dijo...

La idea es muy lírica, me gusta mucho, y más con ese fragmento de El Retrato Oval al comienzo.
Que las rosas se marchiten está bien, y también la obra de arte -como escribes aquí-, pero ampliar eso a las personas es lo que marca las distancias, sobre todo por como está narrado de fria y naturalmente.
En fin, espero que no haya ningún libro bajo mi almohada esta noche.

Abrazos,
Álvaro.

Borja Menéndez dijo...

Tenía una deuda con Poe en este relato. Nadie como él mezclaba el simbolismo gótico con la mirada científica escrutinadora. Estoy ahora releyéndolo a fondo para una ponencia en la que voy a hablar sobre cómo sus imágenes y visiones precedieron las ideas de Bergson y las vanguardias. Creo que se nota, jaja. Un día de estos subo un articulillo.

Muchas gracias por tu comentario.

Abrazos!