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viernes, 30 de enero de 2009

Hacia Aldebarán

No hay, en la naturaleza toda, criatura más triste y repugnante que el hombre que ha desertado de su genio y que mira a derecha y a izquierda, detrás suyo y en todas las direcciones.
Friedrich Nietzsche

No puedo negar el peso que los años 80 han tenido sobre mí. Mamé esa cultura, y nunca mejor dicho, porque nací al comienzo de esa década y crecí y me conformé como persona a lo largo de ella. Uno de los recuerdos vívidos más antiguos que tengo es la explosión del Challenger, en 1986, quizá mi primer contacto con la muerte, mi primera lección del Final.

El brazo de aquella época, lejos de detenerse en 1989, se extendió más allá, y así, muchas de mis lecturas de preadolescente mostraban contenidos claramente identificables con movimientos nacidos en los albores de los 80 o un poco antes. Hablo, principalmente, de los cómics y libros de ciencia ficción que devoré con fruición entre los 12 y los 16 años, esto es, a mediados de los 90. Aquellas historias hablaban siempre de mundos postapocalípticos en los que unos pocos seres humanos se debatían entre los estertores de la especie y de la Tierra misma. Todo esto, el Fin de la Historia, tenía (y reconozco que sigue teniendo), una fuerza fascinante y embriagadora. Los ardientes desiertos nucleares o las ciudades oscuras donde eternamente llueve son versiones diferentes de un mismo final atroz que a mí me atraía igual que cuando, muy de niño, me asomaba a los pozos de mi pueblo.

He necesitado muchos años para darme cuenta de que, a pesar de su atractivo y de su útil lección premonitoria, la filosofía del Fin de la Historia, gran parte del halo que envuelve al ciberpunk y otras tendencias new wave de la ciencia ficción, son en cierto modo peligrosas, pues provocan en nosotros un pesimismo y un desengaño crónico que, lejos de ayudarnos, nos perjudica. Me explicaré: el pesimismo, cuando se convierte en paradigma, deja de ser una actitud crítica para convertirse en actitud cómoda. En esa situación, sólo el optimismo puede ayudarnos a avanzar, el optimismo en la lucha por la vida, esto es, el optimismo activo y vitalista.

Recientemente, en una vuelta a mis lecturas de ciencia ficción, me he puesto a descubrir todos aquellos títulos que pasé por alto en su momento por diversas razones, la principal, supongo, por falta de solvencia. He releído también algunas joyas que antaño me fascinaron de forma especial, y así, mis ojos han pasado sobre las páginas de Grey (1985-1987), la Trilogía de Nikopol (1980-1993), El prisionero de las estrellas (1982-1983), Basura (1989), The Long Tomorrow (1976) y, en fin, un largo número de novelas gráficas e historietas de una forma u otra relacionadas con la estética ciberpunk o postapocalíptica.

Grey es una obra maestra del cómic japonés con temática postapocalíptica y ciberpunk.

Pues bien, siguiendo la estela de estas obras y tratando de conocer novedades, seguí buscando y me encontré con una novela gráfica algo posterior pero muy diferente en su tónica: Los mundos de Aldebarán (1994-1998), del autor brasileño Leo, recién publicada en nuestro país. Esta obra, además de tener un guión y unos dibujos soberbios, rompe por completo con el oscurantismo precedente así como con todos los conceptos ideológicos que éste conllevaba. Creo, de hecho, que no sería descabellado decir que se trata de uno de los primeros modelos de una nueva época del cómic de ciencia ficción, posiblemente similar a lo que The Long Tomorrow significó en su momento (inspirando a Blade Runner por ejemplo). ¿En qué me baso? No soy un experto en novela gráfica, desde luego, más bien lo contrario, pero sí tengo un gran interés en conocer cuáles son las últimas tendencias artísticas, ver cómo se está rompiendo poco a poco con el paradigma anterior, cada vez más agotado, y me alegro cuando descubro joyas como ésta de la cual hablo.



Impregnados del esoterismo pseudoreligioso propio del movimiento new age, algunas obras como El Incal o, en menor medida, la Trilogía de Nikopol, encontraban una salida al sufrimiento humano y al desconcierto no en el propio ser humano, sino, precisamente, en la espiritualidad y en la magia, esto es, en algo ajeno e inexplicable. Nada puede haber más triste e inmovilista que lo esotérico en mi opinión.

Otras obras, directamente, no mostraban solución alguna, y en este sentido eran puramente postmodernas, pues tomaban como lema el there’s no future hasta sus últimas consecuencias. En cualquier caso, la figura del héroe (otra solución ajena y, en este caso, aristocrática), podía aparecer trayendo la salvación para sí mismo y para los demás, pero siempre a un altísimo coste. Esto cuando lo conseguía y no se terminaba en la primera situación, claro (pienso ahora en una película, Hasta que el destino nos alcance, de 1973, pero hay mil ejemplos).

¿Pero es que no había pesimismo antes en la ciencia ficción? Por supuesto que sí, y observad la función que tenía en los años 50 sin ir más lejos: aterrorizar a la población con imágenes de guerra nuclear e invasiones, explotando sus aprensiones y su xenofobia, inutilizando su capacidad crítica. Claro que es un pesimismo distinto, propio de otra época, pero sigue sirviendo como ejemplo de cómo se puede llegar a la inmovilidad a través de estos pensamientos (¡ved cómo aquí tenemos el nacimiento de los ufólogos conspiranoicos!).

Mas en Los mundos de Aldebarán, nos encontramos con una novela gráfica que, para empezar, nos muestra un planeta soleado y agradable, rebosante de una vida exuberante y misteriosa, producto de un profundo trabajo creativo por parte del autor, que se nos aparece como ferviente ecologista. El mundo, está cubierto al 90% por océanos tan amplios como enigmáticos. Pocos barcos se adentran en ellos salvo los más aventureros. En las costas, pueblos de pescadores viven lo mejor que pueden. Porque los habitantes de Aldebarán son personas normales, con las que cualquiera se podría identificar, y lo mismo sucede con sus protagonistas: no son tipos masculinos y aguerridos ni chicas voluptuosas, tampoco son antihéroes, son gente normal que cambia y crece a lo largo de la historia. En consecuencia, el machismo inverosímil del género pulp queda enterrado bajo varios metros de tierra y la obra nos resulta mucho más realista y cercana, a pesar del entorno claramente fantástico.

Con todo esto no quiero hacer pensar que nos encontramos ante una obra utópica, nada que ver. En la trama, el planeta Aldebarán, habitado por colonos humanos, lleva cien años sin contactar con la Tierra, y la población vive bajo el yugo de una dictadura militar de corte tradicionalista muy similar en cierta forma a lo que el autor conoció en su Brasil natal o, más adelante, en Chile. Pero la obra es un canto a la libertad, libertad que se gana mediante el esfuerzo propio (sin héroes, sin magia...); y lo extraño, lo ajeno, en su exotismo, no es una amenaza sin más, sino que tiene sus facetas, sus distintos rostros (veo aquí cierta similitud con la novela Solaris, de Lem) hasta que, finalmente, se convierte en un foco de conocimiento y eventual ayuda.

Pero no quiero destrozar la novela gráfica. Recomiendo encarecidamente a todo el mundo que la lea, ya le gusten o no los cómics. Se trata sin duda de una obra a la altura de los más grandes de la ciencia ficción y, por mucho que me duela (ya dije que soy un entusiasta de la fantasía postapocalíptica), una ruptura para bien con las tendencias anteriores, incluso a pesar de nacer en parte de ellas. Un alegre soplo de aire fresco.


Los Gregorios son un ejemplo de los fascinantes animales que pueblan los mares de Aldebarán.

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martes, 20 de enero de 2009

La partida de naipes

En los años 30, cuando todo el mundo del arte se había rendido por completo a las vanguardias, Balthus llegó con su estilo rompedor. Este joven, miembro de una rica y muy culta familia polaca afincada en París, pasaría por alto las tendencias abstractas de sus coetáneos para beber en cambio de las fuentes de la pintura italiana del Trecento y Quattrocento. Su arte no sería sin embargo una simple mirada al pasado. Tenemos la muestra, primero, en su afán de controversia con obras como La lección de guitarra (1934) y, segundo, en su uso casi irreal de los colores y las formas, herencia directa de los post-impresionistas franceses. Es quizá por esto que la obra balthusiana ganaría el respeto de los surrealistas.


La lección de guitarra es, sin duda, la obra más controvertida de Balthus.

Siento una gran pasión por la obra de este autor pero, por encima de todo, me apasiona su cuadro La partida de naipes (1948-1950). En él podemos encontrar uno de los temas clásicos del pintor -la pubertad-, tratado con una belleza deslumbrante. Dos jóvenes, un chico y una chica, juegan a las cartas, alegoría habitual de traición y pecado que ahora parece vista desde una perspectiva más benévola. Partiendo de una sencillez absoluta, influencia de Piero della Francesca, Balthus nos muestra el juego, aún torpe e inocente, de la sexualidad adolescente. El chico, algo burdo, se acerca a la muchacha con una carta escondida, símbolo de sus intenciones ocultas. No es él sin embargo el que lleva las de ganar, pues su contrincante se mantiene firme ante la pequeña mesa, sentada en su sillón como una reina. No obstante, una mirada más atenta nos descubre que, bajo la mesa, ella también se le acerca con una pierna. La muchacha, para Balthus, es la triunfadora en esta lucha pictórica de opuestos ya que parte con todas las ventajas. Entre ambos, una vela apagada domina la mesa de juego, metáfora quizá de aspiraciones sexuales aún no cumplidas.



Frente a la intención costumbrista y moralizante de cuadros como El tramposo de Valentin de Boulogne (h.1630), Balthus nos muestra la escena de la partida de naipes con absoluta naturalidad y armonía, sin mayor pretensión que exponer la belleza inherente en la inocencia juvenil y los primeros juegos de acercamiento sensual. Es tal vez esto lo que convierte a este cuadro en algo maravilloso, tan sencillo y tan bello al mismo tiempo. Rebosa optimismo y amor por la vida.

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lunes, 19 de enero de 2009

9 de enero

Recupero uno de mis poemas favoritos de Cuaderno de bitácora. Lo escribí hace ya tres años. posiblemente el mismo día que señala el título. Por aquel entonces trataba de encontrar mi propio estilo y buscaba la inspiración en artículos de divulgación científica. "9 de enero" es el poste inicial del camino que, aún hoy, sigo recorriendo. Es por ello que le tengo un aprecio especial.





Frío seco,

frío en este aire

respirado y envolvente.


Frío húmedo

en la sombra salpicada

por el agua evaporada.

Frío radiante

(en ausencia de elementos circundantes).


Frío hay de todas formas.

miércoles, 7 de enero de 2009

Disco favorito de diciembre

GARY NUMAN (UK)
‘Jagged’ (2006)

Cooking Vinyl
8,5

Uno de mis álbumes favoritos de las últimas semanas es ‘Jagged’ de Gary Numan, disco publicado hace algo más de dos años pero que yo justo acabo de descubrir al pensar, erróneamente, que al ser nuevo no podía ser tan bueno como su época clásica cuando hacía conjunto con Tubeway Army. Pero lo cierto es que ‘Jagged’ es un disco que, aun encajando claramente en la línea que ha seguido Numan en los últimos años, sorprende. ¿Por qué? No por ser original –Numan ha sido siempre un recreador de fórmulas-, tampoco por romper con ninguna trayectoria como ya he dicho. La respuesta es aún más simple: es bueno porque tiene buenos temas. ‘Jagged’ es un ejemplo casi estereotípico de fusión “postmo” entre Rock industrial y Darkwave. Nada nuevo bajo el sol: atmósferas postapocalípticas y gabardinas de cuero con guitarras. Algo alejado de la inocente mecanicidad a lo Kraftwerk de sus inicios. Sin embargo, la experiencia pesa, y la habilidad del británico para componer buenos temas es notable. El resultado es un disco que transmite como pocos ese brumoso efecto de referencia a un futuro en el que todo ha salido mal, siempre es de noche, llueve a diario y los replicantes se esconden entre un gentío multicultural. Capas de detalles que van conformando este mundo ideal de pesadilla que Numan tiene en la cabeza. El eco de la soledad en calles oscuras, el exotismo oriental-techno de la heterogeneidad aceptada y, en fin, el vacío existencial del individuo en un universo de ausencias. Todo esto empacado para sonar competentemente en discotecas y salas de concierto. A destacar, mi tema favorito, “Haunted”, por su equilibrio entre energía y melancolía y, sobre todo, por el fantástico estribillo. Sin duda, el mejor disco del autor de “Cars” y “Down in the Park” desde hace ya muchos años.

Os dejo un vídeo del single "In a Dark Place", también muy bueno: